Cuando por fin acabó la tediosa jornada y antes de subir en el
coche, Minerva recordó la llamada de Pierre. Buscó en su bolso el teléfono
móvil y tecleó en la agenda la letra “P”. Tras Papá estaba Pierre, y
descolgó. Unos segundos más tarde oyó la voz de él.
— Minerva, ¿eres tú?
— Sí — se guardó un resoplido porque odiaba las preguntas
obvias. Si te están llamando desde un número privado ¿quién va a ser si no?
— ¿Me llamas por lo de esta mañana? — dijo Pierre.
— ¿Es que siempre tienes que hacer ese tipo de preguntas? Claro
que te llamo por eso.
Quizás por su condición femenina o por deformación profesional,
Minerva odiaba las vaguedades. Sus preguntas solían ser concretas y concisas.
No se permitía perder el tiempo en retórica y no quería tampoco que se lo
hiciesen perder. Todo lo contrario de Pierre que quizás por su profesión estaba
acostumbrado a repasar una y otra vez las mismas pistas o a preguntar una vez
tras otra lo mismo a un sospechoso a fin de encontrar un cambio en la respuesta
que pudiera abrirle una nueva vía de investigación.
— ¿Cenamos y te cuento?
— Bueno, está bien. Nos vemos dentro de una hora en el "Rimini" —
contestó Minerva.
Era su lugar de reunión. Un pequeño restaurante familiar donde
cenaban de vez en cuando. El "Rimini" estaba profusamente decorado con objetos de
índole culinaria. Ciertamente estaba bastante recargado y eso animaba a los
turistas que paladeaban el típico ambiente de ristorante italiano, pero
a ellos les gustaba la cocina y el trato.
Minerva llegó puntual y Pierre ya estaba sentado a una mesa con
su mantel de pequeños cuadros rojos. Se saludaron con un beso en la mejilla y
él le acercó cortésmente la silla. Eligieron algo del menú y Pierre pidió una
botella de Chianti.
— Parece que celebráramos algo — dijo Minerva mientras se
colocaba la servilleta en el muslo.
— ¿Te parece poca celebración que hace dos meses que no
cenábamos?
— ¿Y a qué es debido tanto misterio? Dijiste que el motivo era
profesional.
— Es cierto — dijo Pierre algo molesto por la falta de
sensibilidad de Minerva. — ¿Esperamos a los postres?
Minerva se desinfló al darse cuenta de lo precipitada que había
sido y falta de tacto. Sonrió y se disculpó. Trajeron la cena y mientras comían
charlaron de nada en particular. Cuando les sirvieron el postre fue Pierre
quien sacó de nuevo el tema.
— Me han dado un caso en el que ando aún algo perdido.
— Vaya, que extraño. No sueles atascarte mucho ante un
asesinato. Si no es la Mafia ni un marido celoso, sueles darlo como un ajuste de
cuentas entre traficantes.
— No bromees. Hablo en serio, verás, han encontrado un hombre
decapitado y medio quemado en un descampado. Según la autopsia no era un
cualquiera ya que su última comida fue abundante y cara.
— Joder ya hasta calculan el menú.
— No estaba fichado y por sus huellas es difícil saber de quién
se trata. Al carecer de cabeza tampoco podemos identificarlo por la dentadura.
— No es raro encontrar un hombre que haya perdido la cabeza —
dijo ella sonriendo.
Pierre apuró una pequeña copa de licor y agachó la cabeza
contrariado por el aire cínico que estaba derrochando la joven aquella noche.
Suspiró y sacó una foto del bolsillo.
— Esto es lo único que podría identificarle.
Minerva cogió la foto y la miró. Se trataba de una imagen de la
mano del cadáver en la que se podía ver un anillo con un sello. Le dio un par
de vueltas y se la devolvió.
— No me suena, ¿debería?
— Verás, no se porqué me da la impresión de que pueda ser una
antigualla. Tu padre es coleccionista de arte ¿me equivoco? Llévale la foto y a
ver que te dice.
— Mejor aún, ven este fin de semana a la villa y se lo
preguntas tú.
Pierre se quedó estupefacto. Ella jamás le había invitado
siquiera a su apartamento a tomar una copa. Es más, no sabia ni donde vivía.
— Quieres decir que... ¿me estás invitando a casa de tu padre?
— titubeó.
— No te confundas. Este fin de semana solo iré el sábado y
volveré esa misma tarde. Tengo mucho que hacer el domingo.
Pierre volvió a estrellar sus sentimientos contra la fría pared
del corazón de Minerva. Estaba acostumbrado pero no por ello dejaba de
resultarle doloroso. A veces se preguntaba por qué continuaba tras ella
recogiendo las escasas migajas que dejaba caer, pero el corazón humano es así
de perseverante. Cuanto más difícil se lo ponía más ansioso estaba de querer
conseguirla. Y es que Minerva era una hermosa mujer. Era mas bien alta y de
complexión fuerte sin llegar a la masculinidad. Caderas redondeadas, cintura
esbelta y unos senos no muy grandes formaban sus atributos femeninos. Su tez
morena y sus ojos oscuros y rasgados estaban enmarcados por una melena lacia y
oscura hasta los hombros. El rostro ovalado y los labios carnosos le daban un
aspecto dulce e infantil. Pero lo mejor estaba en el interior de su cabeza. Era
una joven inteligente y despierta, culta y refinada, lo que unido a lo anterior
la hacia todo un partido para cualquier hombre. Lo único reprochable en ella
era su frialdad, y eso era lo que a él le hacia sufrir.
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