domingo, 2 de diciembre de 2012

Capítulo V


A la mañana siguiente tomó el camino de costumbre hacia la casa de los Castiglione. Durante el trayecto iba oyendo las noticias como era su costumbre. No solía oír música en la radio. Debido a su formación pensaba que en cualquier momento podía suceder algo y ella debía estar informada. Su padre decía que si algo pasaba de importancia seguro que habría alguien allí para contarlo. Siempre recordaba que antes las noticias tardaban hasta una semana en llegar de una punta del mundo a la otra, y eso si había algún periodista allí. Ella le decía que quería estar allí cuando pasara y ser la primera en dar esa noticia trascendental que se recordara por mucho tiempo. Su padre no lo comprendía. Para él el tiempo era algo relativo. Aquellas tumbas etruscas por ejemplo que tanto gustaba de visitar, estaban allí desde hacia más de dos mil años y seguirían allí otros dos mil más como mínimo. En su mundo el tiempo se media en Edades y no en años o semanas. El trabajo de su hija era trepidante, cambiaba continuamente. Lo que hoy era una novedad dejaba de serlo a la mañana siguiente. Para él sin embargo el pasado estaba ahí detenido y solo había que estudiarlo. Su trabajo era lento y concienzudo. Una excavación podía durar décadas e incluso generaciones. No era para ir con prisas. Cuando llegó a la villa la encontró extrañamente cerrada. Jamás en toda su vida había ocurrido que las verjas de la entrada estuvieran cerradas. Aquello le alarmó. Por suerte tenia una copia de las llaves que nunca había tenido que utilizar. Las buscó en su bolso y en unos segundos subía por el pequeño sendero de gravilla que le llevaba a la puerta de la casa. También estaba cerrada y eso le produjo una extraña sensación de ahogo. Se temía lo peor. Estuvo a punto de llamar a Pierre para que acudiese y entrase a encontrarse con la imagen dantesca de su padre tumbado en el suelo de su despacho. Durante aquella semana había llegado a pensar muchas veces en esta situación y otras tantas las había desechado por considerarlo una locura producto de su propio temor. ¿Y si esta vez era verdad y su padre había decidido acabar con todo? Nerviosamente giró la cerradura y sin atreverse a llamarlo subió a su despacho. Abrió la puerta y dirigió inmediatamente la vista al suelo. No, su padre no estaba allí ni vivo ni muerto. Algo más tranquila siguió buscando por el resto de la casa aunque sentía que el corazón se le aceleraba cada vez que abría una puerta. Definitivamente el profesor no estaba dentro de la casa. Subió de nuevo al despacho y tomó unos prismáticos de una vitrina. En un extremo de la casa había una torrecilla que servia de atalaya para poder ver toda la finca y desde allí Minerva trató de encontrar a su padre si acaso estaba dando una vuelta por los alrededores. Nada, ni rastro de él. Cuando volvió al despacho una vez más a dejar los prismáticos se percató de una nota sobre la mesa. Con la prisa y los nervios no había reparado en ella las dos veces anteriores. Rápidamente la leyó.
 

 

Minerva suspiró aliviada. Al menos no se habían cumplido sus temores.

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