A la mañana siguiente tomó el camino de costumbre hacia la
casa de los Castiglione. Durante el trayecto iba oyendo las noticias como era
su costumbre. No solía oír música en la radio. Debido a su formación pensaba
que en cualquier momento podía suceder algo y ella debía estar informada. Su
padre decía que si algo pasaba de importancia seguro que habría alguien allí
para contarlo. Siempre recordaba que antes las noticias tardaban hasta una
semana en llegar de una punta del mundo a la otra, y eso si había algún
periodista allí. Ella le decía que quería estar allí cuando pasara y ser la
primera en dar esa noticia trascendental que se recordara por mucho tiempo. Su
padre no lo comprendía. Para él el tiempo era algo relativo. Aquellas tumbas
etruscas por ejemplo que tanto gustaba de visitar, estaban allí desde hacia más
de dos mil años y seguirían allí otros dos mil más como mínimo. En su mundo el
tiempo se media en Edades y no en años o semanas. El trabajo de su hija era
trepidante, cambiaba continuamente. Lo que hoy era una novedad dejaba de serlo
a la mañana siguiente. Para él sin embargo el pasado estaba ahí detenido y solo
había que estudiarlo. Su trabajo era lento y concienzudo. Una excavación podía
durar décadas e incluso generaciones. No era para ir con prisas. Cuando llegó a
la villa la encontró extrañamente cerrada. Jamás en toda su vida había ocurrido
que las verjas de la entrada estuvieran cerradas. Aquello le alarmó. Por suerte
tenia una copia de las llaves que nunca había tenido que utilizar. Las buscó en
su bolso y en unos segundos subía por el pequeño sendero de gravilla que le
llevaba a la puerta de la casa. También estaba cerrada y eso le produjo una
extraña sensación de ahogo. Se temía lo peor. Estuvo a punto de llamar a Pierre
para que acudiese y entrase a encontrarse con la imagen dantesca de su padre
tumbado en el suelo de su despacho. Durante aquella semana había llegado a
pensar muchas veces en esta situación y otras tantas las había desechado por
considerarlo una locura producto de su propio temor. ¿Y si esta vez era verdad
y su padre había decidido acabar con todo? Nerviosamente giró la cerradura y
sin atreverse a llamarlo subió a su despacho. Abrió la puerta y dirigió
inmediatamente la vista al suelo. No, su padre no estaba allí ni vivo ni
muerto. Algo más tranquila siguió buscando por el resto de la casa aunque
sentía que el corazón se le aceleraba cada vez que abría una puerta.
Definitivamente el profesor no estaba dentro de la casa. Subió de nuevo al
despacho y tomó unos prismáticos de una vitrina. En un extremo de la casa había
una torrecilla que servia de atalaya para poder ver toda la finca y desde allí
Minerva trató de encontrar a su padre si acaso estaba dando una vuelta por los
alrededores. Nada, ni rastro de él. Cuando volvió al despacho una vez más a
dejar los prismáticos se percató de una nota sobre la mesa. Con la prisa y los
nervios no había reparado en ella las dos veces anteriores. Rápidamente la
leyó.
Minerva suspiró aliviada. Al menos no se habían cumplido sus
temores.
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