Rodaban por la autovía hacia Roma en silencio. En la radio
sonaba una típica balada italiana. Pierre descansaba la cabeza sobre el apoyo
del asiento y tarareaba bajito. Minerva cambió de cadena y puso las noticias.
Pierre levantó la cabeza y la miró desconcertado.
— ¿Porqué eres así?—
dijo.
— ¿Así cómo?
— Tan fría.
— ¿Fría, fría en qué sentido?
— En todos. No sé a que le temes pero, estás siempre a la
defensiva, con tus frases cortantes y tus advertencias. Relájate un poco y
disfruta de la vida.
— No le temo a nada. No sé a que te refieres.
— ¿No te gusta ningún chico?
— ¿Y a ti qué te importa?
— Más de lo que tú pareces comprender.
— Vamos, ¿te estás declarando? No me lo puedo creer. Si solo
has estado unas horas en mi casa, no me digas que te has hecho una
película— dijo ella riendo.
— Eres cruel ¿sabes? Muy cruel a veces. No sé ni porque te
cuento nada— Pierre se volvió hacia el
frente y se desplomó en su asiento mirando la carretera.
— No te enfades Pierre. Lo que pasa es que yo no quiero tener
una relación, pero no es solo contigo, con nadie— Minerva trató de relajar el ambiente poniéndole una mano en el
hombro a Pierre.
— Tranquila, conduce. No te preocupes por mí. Soy un romántico
y no todo el mundo tiene porque sentir igual.
— Mi padre y mi madre se querían, sin embargo cada uno vivía en
su mundo separados apenas unos metros físicamente, pero kilómetros en su
interior. No me gustaría vivir como lo hizo ella.
— Tu madre era griega, ¿es cierto?
— Vaya, el inspector ha indagado en mi pasado.
— Me lo dijo tu padre.
— ¿Y? ¿Acaso el ser griega o italiana cambia el asunto?
— No, solo es curiosidad. Ahora sé porqué me pareces una diosa.
Minerva.
— Calla y no digas más tonterías— dijo dándole un cariñoso manotazo en el hombro.
Entraron por la carretera de Circonvallazione orientale A90 y
salieron a la Vía Nomentana. En una de las bocacalles vivía Pierre con su
familia. El padre de Pierre era un comisario retirado que viva en un bonito
chalet con un amplio jardín y que les solía mirar por encima de sus gafas de
cerca cuando ella le iba a recoger o a dejar. Cruzó pocas palabras con Minerva
desde que les presentó su hijo pero según éste tenia un buen concepto de ella.
En realidad el ex-comisario Piero Guirola estaría encantado de que su hijo al
fin encontrara pareja pero era parco en palabras. Minerva detuvo el coche y
Pierre se bajó.
— ¿Nos veremos esta semana?—
preguntó él.
— No sé, ya te llamaré.
— Espero que esta vez sea verdad.
Minerva arrancó el coche y continuó hasta su casa. Durante todo
el trayecto había estado dándole vueltas en la cabeza a algo que le había
chocado en la actitud de su padre. Normalmente solía interesarse con cualquier
asunto que implicara investigar o simplemente buscar en alguno de los infinitos
volúmenes de su biblioteca. Ésta vez no se interesó lo más mínimo. Casi sin
darse cuenta había llegado a casa. Pasó todo el domingo trabajando en casa y se
acostó temprano. Durante toda la semana no contactó con Pierre. Estuvo sopesando
la posibilidad de ir de nuevo a Villa Alexandra y preguntar a su padre sobre el
asunto. Justo cuando iba a salir hacia la casa de su padre pensó que debía
llamar a Pierre.
— ¡Minerva que sorpresa!
— Hola Pierre, quería comentarte una cosa en la que llevo
pensando toda la semana.
— Tú dirás.
— ¿Recuerdas lo del sábado?
— Por favor, como iba a olvidarlo. Fue un...
— No, no me refiero a eso—
cortó Minerva en su habitual aspereza. –Cuando enseñaste la fotografía a
mi padre, ¿no notaste nada extraño?
— No sé a qué te refieres. No conozco a tu padre y no me llamó
nada la atención. ¿Qué tendría que haber notado?
— Es extraño que mi padre dijera tan pronto y tan convencido
que no reconocía el anillo. A él le encanta investigar todo lo que llega a sus
manos. No se da por vencido por muy difícil que resulte la identificación.
— Tal vez ese anillo sea tan claramente actual que no hubiera
dudas. ¿De todas formas porqué iba a engañarnos?
— No sé, serán cosas mías. Últimamente veo a mi padre muy
abatido. Parece más viejo. Será eso, que se está haciendo viejo.
— No te preocupes mujer, yo le vi muy bien y muy sano. Imaginas
cosas raras.
— ¿Has averiguado algo sobre ese hombre?
— Eh, pues... — titubeó
Pierre.
— Vamos, no me digas que tendré que cenar contigo para que me cuentes
algo
— Desde luego a veces me pregunto que veo en ti— dijo Pierre ofendido.
— Perdóname, no tenia intención de provocarte— Minerva se dio cuenta de que esta vez se
había pasado.
— No tenia balas en el cuerpo, así que como no la tenga en la
cabeza— dijo tras una pequeña pausa en
la que Minerva pensó que le colgaría. — Eso lo sabremos si la encontramos. Tal
vez muriese estrangulado. Eso sí, el corte es limpio y hecho de un tajo. Una
guillotina o una hoja afilada.
— ¿Cómo era aquella película? Esa en que solo podía quedar uno.
— “Los Inmortales”.
— Ésa— la periodista
pensó hacer una broma del caso pero recapacitó y tal y como estaba el ambiente
no era el momento. –Bueno, es tarde. Mañana me voy temprano a Villa Alexandra y
tengo sueño ya.
— ¿Mañana? Sueles ir cada dos fines de semana como un ritual.
— Sí— Minerva estuvo a
punto de decirle que no era asunto suyo pero, — quiero pasar más tiempo con mi
padre. Creo que debería cuidarlo más.
— Bien, pero pierde cuidado querida, seguro que no le pasa
nada.